Muchos días sin noticias, y claro está, empezar el nuevo año implica una felicitación a tod@s mis visitantes por este nuevo periodo que comenzamos.
Disfrutando aún de mis cortas vacaciones me dispongo a recordaros eso sí, una de mis últimas hazañas perpetrada aún en el año que recién agotamos. Me refiero en esta ocasión a una tarde de este pasado mes de Diciembre. Sí, durante una de mis últimas jornadas laborales. A eso de las 17:30 horas entra en mi despacho una señora de avanzada edad, usease una anciana, que con agilidad asombrosa y desafiando las leyes de la lógica y el sentido común ha tenido a bien cargar con las radiografías que le habían hecho desde que apareció en este mundo, hará ya casi siete décadas. La mujer, despierta y elocuente, no acepta que le comente que tiene los huesos mejor que yo, y que la prueba ha dado como resultado un estado excelente de su masa ósea. No. Aquello no era suficiente. No demostraba interés ni eficacia, y tampoco pareció hacerla entrar en razón mis ojeras y mi voz ya algo alicaída a esas horas de la tarde. La mujer aquel día quería "marchuqui". Ritmo, vamos.
"La simpática muchacha que me atendió por el teléfono me insistió en que trajera las radiografías que pudiera tener para que el Doctor las valorara al entregarme los resultados", me espetó la buena mujer. "No sí, si yo la entiendo", afirmaba yo mientras miraba con sorpresa el volumen y las dimensiones de la carpeta que con sus manos me ofrecía la anciana. "Pero comprenda que no tiene ningún sentido que yo me ponga a ver radiografías si le digo que los resultados de la densitometría son excelentes". Sin embargo, aquellos razonamientos no la iban a echar atrás. "Fíjese lo que le digo, con sus resultados la que debería estar leyendo radiografías sería usted y no yo...", intenté simpatizar con mi interlocutora con el fin de zanjar aquella absurda discusión. "No, pero yo creo que es conveniente"... La mujer no cejaba en su esfuerzo, y lo cierto es que el viaje que se tuvo que dar en el metro bien merecía otra explicación más ingeniosa para esta testaurada mujer... "No, espérate, no pierdas los nervios aún..." pensé para mis adentros.
Recurriendo a toda mi genial astucia le planteé la situación de manera sencilla: "Mire aunque llevo bata, no soy médico. No todos los que llevamos bata somos médico, ¿sabe? Soy farmacéutico y no tengo la preparación necesaria para mirar una radiografía". Aquello detuvo a la señora... durante apenas un instante. Pronto volvió a la carga. "¡Es igual, algo más que yo verá en las radiografías!".
Y ahí me encontraba yo. Sin saber ni como, ni por dónde, ni de qué manera, la mujer había hecho llegar las radiografías hasta mis manos y yo me encontraba ya con una sacándola de su sobre. No pregunten como. Ciertamente aquella actitud de esta buena señora, comenzaba a irritarme. No atendía a razones, por muy contundentes que fueran y yo comenzaba a estar realmente cansado, y sobre todo, la fila de mujeres que esperaban su resultado crecía y crecía mientras mi querida interlocutora intentaba que yo descubriera el origen antropológico de su fémur.
Lo cierto es que llegados a este punto, uno no sabe cómo, pero el ingenio se agudiza. Me encontraba pues ante una radiografía de las vértebras lumbares donde se apreciaba claramente la pelvis. No entiendo de traumatología, pero los huesos aún los situo. En esto, que cogí la radiografía como buenamente quise, y la puse, con cara de sumo interés al trasluz de la lámpara que iluminaba el cuarto, simulando la pose de un traumatólogo experto. Entonces inicié un acto de sublime desesperación para desembarazarme de mi recién adquirida amiga. "Aja... ummm... aja..." Tras dar vueltas a la radiografía terminé exclamando mientras señalaba un azaroso punto de la imagen radiológica... "¡Ahí! ¡Ahí! ¡Mire por favor, mire aquí!". La mujer que me había atendido en silencio saltó de su asiento "¿Dónde? ¿Dónde? ¡Sí, yo miro! ¿Dónde?"...
Mi voz se volvió pausada: "¿Se da cuenta? Fíjese, usted está haciendo el pino tal y como yo he cogido la radiografía... Por favor... no me haga hacer el ridículo, y llévese las radiografías". No hizo falta más. La mujer salió con su álbum radiológico enfilando la salidas.
Disfrutando aún de mis cortas vacaciones me dispongo a recordaros eso sí, una de mis últimas hazañas perpetrada aún en el año que recién agotamos. Me refiero en esta ocasión a una tarde de este pasado mes de Diciembre. Sí, durante una de mis últimas jornadas laborales. A eso de las 17:30 horas entra en mi despacho una señora de avanzada edad, usease una anciana, que con agilidad asombrosa y desafiando las leyes de la lógica y el sentido común ha tenido a bien cargar con las radiografías que le habían hecho desde que apareció en este mundo, hará ya casi siete décadas. La mujer, despierta y elocuente, no acepta que le comente que tiene los huesos mejor que yo, y que la prueba ha dado como resultado un estado excelente de su masa ósea. No. Aquello no era suficiente. No demostraba interés ni eficacia, y tampoco pareció hacerla entrar en razón mis ojeras y mi voz ya algo alicaída a esas horas de la tarde. La mujer aquel día quería "marchuqui". Ritmo, vamos.
"La simpática muchacha que me atendió por el teléfono me insistió en que trajera las radiografías que pudiera tener para que el Doctor las valorara al entregarme los resultados", me espetó la buena mujer. "No sí, si yo la entiendo", afirmaba yo mientras miraba con sorpresa el volumen y las dimensiones de la carpeta que con sus manos me ofrecía la anciana. "Pero comprenda que no tiene ningún sentido que yo me ponga a ver radiografías si le digo que los resultados de la densitometría son excelentes". Sin embargo, aquellos razonamientos no la iban a echar atrás. "Fíjese lo que le digo, con sus resultados la que debería estar leyendo radiografías sería usted y no yo...", intenté simpatizar con mi interlocutora con el fin de zanjar aquella absurda discusión. "No, pero yo creo que es conveniente"... La mujer no cejaba en su esfuerzo, y lo cierto es que el viaje que se tuvo que dar en el metro bien merecía otra explicación más ingeniosa para esta testaurada mujer... "No, espérate, no pierdas los nervios aún..." pensé para mis adentros.
Recurriendo a toda mi genial astucia le planteé la situación de manera sencilla: "Mire aunque llevo bata, no soy médico. No todos los que llevamos bata somos médico, ¿sabe? Soy farmacéutico y no tengo la preparación necesaria para mirar una radiografía". Aquello detuvo a la señora... durante apenas un instante. Pronto volvió a la carga. "¡Es igual, algo más que yo verá en las radiografías!".
Y ahí me encontraba yo. Sin saber ni como, ni por dónde, ni de qué manera, la mujer había hecho llegar las radiografías hasta mis manos y yo me encontraba ya con una sacándola de su sobre. No pregunten como. Ciertamente aquella actitud de esta buena señora, comenzaba a irritarme. No atendía a razones, por muy contundentes que fueran y yo comenzaba a estar realmente cansado, y sobre todo, la fila de mujeres que esperaban su resultado crecía y crecía mientras mi querida interlocutora intentaba que yo descubriera el origen antropológico de su fémur.
Lo cierto es que llegados a este punto, uno no sabe cómo, pero el ingenio se agudiza. Me encontraba pues ante una radiografía de las vértebras lumbares donde se apreciaba claramente la pelvis. No entiendo de traumatología, pero los huesos aún los situo. En esto, que cogí la radiografía como buenamente quise, y la puse, con cara de sumo interés al trasluz de la lámpara que iluminaba el cuarto, simulando la pose de un traumatólogo experto. Entonces inicié un acto de sublime desesperación para desembarazarme de mi recién adquirida amiga. "Aja... ummm... aja..." Tras dar vueltas a la radiografía terminé exclamando mientras señalaba un azaroso punto de la imagen radiológica... "¡Ahí! ¡Ahí! ¡Mire por favor, mire aquí!". La mujer que me había atendido en silencio saltó de su asiento "¿Dónde? ¿Dónde? ¡Sí, yo miro! ¿Dónde?"...
Mi voz se volvió pausada: "¿Se da cuenta? Fíjese, usted está haciendo el pino tal y como yo he cogido la radiografía... Por favor... no me haga hacer el ridículo, y llévese las radiografías". No hizo falta más. La mujer salió con su álbum radiológico enfilando la salidas.
2 comentarios:
Ya no te vale por teléfono, lo tuyo con las maduritas es una perdición, si no fuera porque sé que nuestro Pepito Grillo particular tiene una maña... (por lo de tu chica), je, je, lo pillastes.
Saludo amigo, y que los Reyes Magos no te traigan mas radiografías, uy, quise decir, carbón, je, je.
Pero criatura del Señor, deja de ver al Dr. House.
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